Hola soy José Carlos Cabello y con este blog solo quiero compartir mis fotos con vosotros, y si os parece bien las comentéis, muchas gracias y espero que os guste.
miércoles, 30 de agosto de 2017
domingo, 27 de agosto de 2017
Rincones de Córdoba con encanto - 23 Plaza del Cardenal Toledo
Plaza del Cardenal Toledo / Alma de patio señorial
La fuente de
blanco mármol que embellece la plaza de las Dueñas
o del Cardenal Toledo le da aspecto de patio señorial; un patio
hospitalariamente abierto a cuantos viajeros sepan apreciar su umbroso sosiego.
“Cuidada y pulcra, es, sin tener el prestigio monumental de otras, un hermoso
rincón cordobés”, escribió de ella Ricardo Molina.
De 1945 data el aspecto actual de la plaza,
cuya remodelación fue obra del arquitecto municipal Víctor Escribano, que
convirtió “un solar con árboles a los que los arrieros ataban sus burros” en el
acogedor espacio que es hoy: un triangular corazón verde que se extiende sobre
parte del solar del antiguo convento de Santa María de las Dueñas, que fue
suprimido en el año 1868, a raíz de la exclaustración.
Ameniza la
plaza un jardín de planta triangular. Setos de evónimos y acequias de azulejos
dibujan los parterres poblados de rosas, que regalan su aroma bajo la sombra
protectora de la arboleda; sobresale un soberbio cedro del Himalaya, aventajado
en altura por una palmera washingtonia. Pero también se aprecian tuyas,
fresnos, plátanos de sombra, acacias, ailantos y palmeras. En el centro,
salvando el desnivel con escalones y rampas ajardinadas, se extiende una
pequeña meseta pavimentada con enchinado artístico, y en medio de ella, la
esbelta fuente de blanco mármol italiano, que ilumina el sol de mediodía.
Cuatro bancos de mármol invitan a tomar asiento para sentirse transportado a un
patio señorial.
La hermosa
fuente, labrada por los artistas García Rueda,
tiene un pilón circular, del que surge la airosa columnilla que soporta la
taza, y sobre ésta, otra menor sustenta un surtidor que eleva su agua al cielo,
y al desmayarse sobre la taza derrama por el borde cristalinos encajes. El
rumor refrescante de esta música acaricia el oído del viajero que, olvidándose
del tiempo, haya tenido la sensibilidad de apreciar este oasis. Arropados por
tanta belleza, para ellos cotidiana, jóvenes parejas de estudiantes –cercano
está el instituto Maimónides– desgranan palabras de amor.
En las
últimas décadas la plaza ha renovado parte de su perímetro, sustituyendo las
antiguas casas –una de ellas albergó hasta su traslado a La Torrecilla, en 1975, el diario Córdoba–
por edificios de cuatro plantas. En cambio, permanece invariable la vertiente
oriental, recorrida por la austera fachada del convento de Nuestra Señora de la
Concepción, de Benitas y Bernardas Recoletas, popularmente conocido por el
Cister, instalado hacia 1671 en las antiguas
Cuadras del Rey, cuya grácil espadaña blanca y ocre –casi se la puede tocar–
llama a misa dominical.
La paz
conventual que irradia el Cister sobrevuela la plaza. Si uno desea percibir la
espiritualidad que anida tras los muros ha de traspasar la puerta señalada con
el número 16, tras la que un patinillo cubierto comunica con el torno. Poco más
abajo, ya en plena calle Carbonell
y Morand, sorprende la barroca portada de la iglesia conventual,
labrada en 1729 en piedra gris; a Inmaculada de la
hornacina se perdió en 1931, y la que hoy se ve
data de 1939.
Salvo el
goteo de autos, la plaza de las Dueñas no ha perdido el sosegado ambiente que
siempre la caracterizó. Sentarse en sus bancos para oír el murmullo del
surtidor trenzado con los cantos de los pájaros es la mejor terapia contra el
estrés de la vida moderna.
Entre las
calles que desembocan en la plaza de las Dueñas ofrece especial encanto la
dedicada al obispo Fitero
–el primero que rigió la diócesis tras la conquista cristiana–, quebrada y
angosta, que, tras discurrir durante un buen trecho junto a la tapia del huerto
de las Capuchinas, incorpora en el último tramo la blasonada portada gótica de
una casa señorial, adosada a la fachada del edificio nuevo. Gotas de encantos
pueblan por doquier los rincones de la ciudad.
Textos: Francisco Solano Márquez
Diario CÓRDOBA
Córdoba, 2003
domingo, 20 de agosto de 2017
Rincones de Córdoba con encanto - 22 Plaza de la Fuenseca
Plaza de la Fuenseca / Agua clara de pueblo
La Fuenseca
tiene un nombre paradójico, pues no está seca; la hermosa fuente vierte el agua
fresca sobre el pilar por cuatro viejos caños de bronce. El primero por la
izquierda es el más apreciado tradicionalmente por los vecinos del barrio que
acudían a proveerse de agua para el consumo doméstico, como denota el desgaste
del contiguo poyo de piedra originado por el roce de miles de cántaros a lo
largo de casi dos siglos, que es la antigüedad de la fuente actual.
Como en
otros rincones remozados por Vimcorsa, la Fuenseca ostenta una
inscripción que resume escuetos datos históricos: “La plazuela adquiere su
nombre por la fuente, que a su vez toma su nombre de una original, de poca
agua, existente en la calle Alfaros, hasta que en 1760 se traslada al centro de esta plaza.
En 1808 se quita de ese lugar y se instala la
actual, una de las más hermosas de la ciudad”. Los cuatro caños se inscriben en
un frontal de piedra gris rematado por el escudo de Córdoba, y, bajo él, una
inscripción ratifica que “esta fuente se trasladó de el medio de esta plaza a
este sitio año 1808”.
Lo más
encantador de la fuente es, sin duda, la tosca imagen de San Rafael que la
preside, escoltada por dos artísticos faroles. Por la noche incorpora la fuente
un detalle estético que aumenta su encanto: los reflectores colocados bajo el
agua del pilar proyectan sobre el testero los reflejos temblorosos que se
originan sobre la superficie al caer los chorros, lo que produce un efecto de
tenue llamarada, como si ardiera la piedra a los pies del Custodio; contrasta
esa vibración con la blanca luz de los dos faroles que flanquean la imagen,
faros en las noche para orientar a viajeros errantes.
Al conjunto
le presta mucho encanto la pequeña torre mirador que hace esquina con la calle Juan Rufo.
Apenas si ha variado este armonioso conjunto con los años, como atestiguan las
viejas postales. Una plaza tan pintoresca no pasó desapercibida para la
sensibilidad de un artista observador como Julio Romero de
Torres, que la llevó repetidamente a los fondos de sus cuadros. Por
cierto que María Teresa López,
la Chiquita Piconera, habitó en este perímetro.
En la misma
vertiente perdura el cine Fuenseca,
uno de los pocos locales de verano que sobreviven en Córdoba, que bajo el
eslogan “cine a la luz de la luna” ofrece a precios populares los estrenos de
la última temporada. Pero la película suele ser, a menudo, un mero pretexto
para sentarse al aire libre y compartir los fotogramas con la cerveza fresca y
las pipas saladas.
No hace
tantos años proliferaban en Córdoba los cines de verano, y no había barrio sin
el suyo. Entre ellos aún recuerdan los cordobeses mayores aquella encantadora
terraza del Góngora, que,
como detalle de distinción, tenía mecedoras en la zona del ambigú. Qué tiempos.
Pero la crisis del negocio o el aprovechamiento urbanístico fueron
aniquilándolos, y este verano de 2003 sólo persisten cuatro de los más
tradicionales; además del Fuenseca, Delicias, Coliseo San
Andrés y Olimpia. Otra
costumbre en extinción.
Del ángulo
opuesto al del cinematógrafo arranca la angosta calle Santa Marta,
que ya en su nombre anticipa la cercanía del convento de Jerónimas. Completan
el perímetro urbano casas encaladas de dos alturas.
La plazuela
es un rectángulo de no más de 180 metros cuadrados, adyacente a la calle de
Juan Rufo. La actuación de Vimcorsa la ha redimido de su antigua
condición de aparcamiento. El pavimento de menudos cantos rodados queda
preservado de los autos por postes de hierro y cadenas. Un acogedor oasis en el
que es posible recuperar la ilusión de la Córdoba de ayer entre el arrullo de
los caños, cuyo perenne canto a cuatro voces ayuda a abstraerse del tráfico de
paso.
Textos: Francisco Solano Márquez
Diario CÓRDOBA
Córdoba, 2003
Suscribirse a:
Entradas (Atom)