domingo, 31 de diciembre de 2017

Rincones de Córdoba con encanto - 42 Encrucijada Encarnación

Encrucijada Encarnación - Rey Heredia / Arte de tres siglos
La confluencia de la calle Encarnación con la de Rey Heredia concentra un conjunto de bellezas artísticas que no deben pasar desapercibidas para el buen observador. En un espacio de pocos metros concurren el convento de la Encarnación, el antiguo oratorio del Caballero de Gracia y el palacio del Duque de Medina Sidonia.
Un grueso fuste con capitel romano de estilo corintio-asiático, de la segunda mitad del siglo II, subraya la esquina; el fuste ostenta una nítida inscripción honorífica dedicada a un notable cordobés de la Colonia Patricia, T. Marcello Persinus Marius, que fue magistrado municipal. Es uno de los muchos capiteles romanos que enjoyan esquinas y rincones del casco antiguo.
La esquina pertenece al convento cisterciense de la Anunciación de Nuestra Señora o de la Encarnación, establecido en 1509, que conjuga elementos renacentistas, pertenecientes a la construcción primitiva, y barrocos, correspondientes a las reformas llevadas a cabo en los siglos XVII y XVIII. A la calle Encarnación abre la portada del compás, un vano adintelado que ostenta la fecha de 1758. Pero hay que alzar la vista para admirar el delicado relieve de la Anunciación, procedente de la primitiva portada renacentista realizada por el tercer Hernán Ruiz. Si la puerta está entreabierta conviene asomarse al compás, cuya mística atmósfera se resume en este bello mensaje labrado sobre una lápida de mármol gris: “Paz a todos los que llegáis a esta casa: os invitamos a entrar en el silencio de este lugar para escuchar a Dios”. A través de la verja se aprecia un patio recoleto, sombreado por una robusta palmera, y tras ella, la adintelada portada de la iglesia protegida por un porche. Si es hora de culto hay que entrar al templo –que las monjas mantienen reluciente– para deslumbrarse con el barroquismo de su retablo mayor, presidido por la Inmaculada procedente del antiguo convento de las Dueñas, la profusa decoración de estucos dorados y las obras artísticas que atesora. Más por curiosidad que por valor artístico merece citarse el Niño Jesús situado en el coro bajo, hallado en el río por unos molineros en 1701.
Enfrente del convento pervive la barroca portada del antiguo oratorio del Caballero de Gracia, fechada en 1743. En su frontón, el relieve de un cáliz proporciona una pista acerca de su origen fundacional, que fue el establecimiento de la Venerable Congregación de Indignos Esclavos del Santísimo Sacramento.
Si el viajero sube por la calle Encarnación con los ojos ávidos de recrearse en las bellezas artísticas, llamará su atención la portada del antiguo palacio del Duque de Medina Sidonia, hijo del monarca Enrique II, en el número 13 de la calle Rey Heredia, casa también conocida por los apellidos de los Armenta y los Cárdenas, otras de sus familias moradoras. Aunque de origen mudéjar, la mansión fue reformada en el siglo XVII, época a la que pertenece esta portada, que ostenta la fecha de 1636. Los especialistas destacan de ella el tímpano sostenido por ménsulas con mascarones, y la consideran un bello ejemplo del primer barroco andaluz. Si la puerta no estuviera permanentemente cerrada se podría entrever el bello patio de ingreso con su galería de arcos, contemporáneo de la portada.
Ya asomados plenamente a la calle Rey Heredia –llamada así en honor del sabio matemático y filósofo decimonónico José María Rey y Heredia– la vista se complace en dos torres que a ella se asoman: la espadaña manierista de la Encarnación y la torre del antiguo convento de Santa Clara, suprimido en 1868, que aprovechaba al alminar de una anterior mezquita.
En resumen, un capitel romano del siglo II y arquitecturas de los siglos XVI, XVII y XVIII se concentran en esta encrucijada de calles en el espacio de pocos metros, lo que revela la densidad y variedad de estilos que enriquecen el casco antiguo de Córdoba, que es como un museo al aire libre merecedor de cuidado y admiración.

Textos: Francisco Solano Márquez
Diario CÓRDOBA

Córdoba, 2003








lunes, 25 de diciembre de 2017

domingo, 24 de diciembre de 2017

Rincones de Córdoba con encanto - 41 Plaza de Jerónimo Páez

Plaza de Jerónimo Páez / Entre palacios y arqueología
La plaza de Jerónimo Páez, antigua de los Paraísos, ofrece dos lecturas. Una, la plaza propiamente dicha, con sus antiguos palacios de los Páez de Castillejo y de Casas Altas; otra, el interior del Museo Arqueológico, donde las piedras hablan para contar la historia de Córdoba, y en cuyos patios el tiempo parece congelado.
Una calzada central divide la plaza en dos. La de la izquierda es como el patio exterior del antiguo palacio de Casas Altas, popularmente conocido como Casa del Judío en recuerdo de Elie Nahmias, judío francés enamorado de la ciudad –“Córdoba es mi novia”, me confesó una tarde– que lo adquirió y restauró con la ayuda de los arquitectos Félix Hernández y Rafael Manzano, y lo habitó, hasta su muerte, algunas temporadas. Subraya la esquina con Horno del Cristo una graciosa torre cubierta embozada en celosías ante la que montan guardia corpulentos cipreses. Cuadrículas de adoquines alternan en el pavimento con el empedrado, mientras que en los blancos muros se despliegan una fuente adosada con mascarones en sus caños, un sobrio busto de Lucano –el poeta cordobés autor de La Farsalia– y, sobre todo, la portada neomudéjar, arropada por una buganvilla, con artísticas puertas de madera tallada procedentes de un derruido palacio foráneo, que efigian a Fernando III el Santo y a Pedro I el Cruel.
La Cuesta de Peromato –la calle “más pendiente que existe en toda Córdoba”, según averiguó don Teodomiro– evoca en su topónimo el drama pasional desencadenado en 1556 por un marido burlado, y remonta la colina, escalonada y pintoresca.
En la vertiente derecha de la plaza, bordeada por poyos de mampostería, regala la arboleda acogedora sombra, entre la que destacan por su rareza y altura tres casuarias o pinos de París. Las sombras del ramaje se proyectan sobre la erosionada portada del antiguo palacio de los Páez de Castillejo, transformación renacentista de un precedente palacio mudéjar en la que intervinieron el segundo Hernán Ruiz y Sebastián de Peñarredonda. La fachada da carácter a la plaza, hasta el punto de convertirla en “prototipo de rincón renacentista”, según la apreció el poeta Ricardo Molina. En 1942 el Estado adquirió el palacio, en el que veinte años más tarde inauguró el Museo Arqueológico, tras una lenta restauración dirigida por el arquitecto Félix Hernández.
Guarda el museo indelebles huellas de las culturas que han sustentado la historia de la ciudad, principalmente romana y árabe. Nada más entrar en la casa, su patio del Estanque exhibe colosales basas, fustes estriados, capiteles corintios, robustas cornisas, venerables togados y austeros sarcófagos excavados en bloques de piedra. El estanque es un verdoso espejo amenizado por nenúfares y surtidores, cuyo rumor se enreda con el lenguaje de los pájaros que habitan los viejos árboles de la vecina plaza.
Una escalinata recorrida por cinco blancos arcos de medio punto cierra el patio de recibimiento. La inmediata galería cobija esculturas, mosaicos y ánforas. Entre aquéllas destaca Afrodita agachada –diosa griega del amor, llamada Venus por los romanos–, que parece recién salida del estanque, al que mira de soslayo. Es una excepcional pieza del siglo II, copia romana de un modelo helenístico, procedente de la calle Amparo, que pudo decorar una construcción relacionada con el agua: fuente, ninfeo o termas. Una obra bellísima en su delicado erotismo
Hermosa es la colección de mosaicos dispuestos en los muros, fechables en los siglos I y II, que revelan el lujo de las villas y mansiones romanas, como el Cortejo báquico o Las cuatro estaciones. No faltan las ánforas, globulares, para transportar el preciado aceite, o alargadas, destinadas al vino, productos exportados a Roma en tan copiosa cantidad, que, como es bien sabido, la colina Testaccio, junto al Tíber, se formó amontonando millones de envases olearios, la mayoría procedentes de la Bética.
A continuación se abre el patio principal, señorial recinto recorrido por un doble claustro de arcos rebajados. La pieza más notable de esta zona es el sarcófago paleocristiano, del primer tercio del siglo IV, que fue hallado en 1961 en la Huerta de San Rafael, cuya cara frontal ilustran escenas bíblicas. Desplegada por las galerías puede admirarse una colección de retratos marmóreos, entre los que destaca la apuesta cabeza de Druso el Joven, hijo de Tiberio. Un pequeño patio interior muestra in situ un testimonio del Teatro romano, situado bajo la colina –el mayor de Hispania, con 124 metros de cavea–, cuyos vestigios incorporará al museo tras una paciente excavación.

Textos: Francisco Solano Márquez
Diario CÓRDOBA

Córdoba, 2003